Invasores en casa

Hacía días que la habían dejado en paz, y eso se agradecía, iba y volvía del instituto sin que hubiera obreros ni personas de más, y también podía ir y volver del trabajo con las mismas condiciones. Le gustaba, pero le aburría, era más divertido cuando tenía alguien para asustar, se echaba unas buenas risas.

Mokona, como siempre, la esperaba en su dormitorio, y nada más llegar del trabajo Kimi cogió sus cosas del baño y se fue a los baños públicos del barrio más cercano, con Mokona. Fue al volver cuando se encontró con algo inesperado: dos camiones de mudanzas.

¿Qué significaba eso? Se acercó a paso rápido, viendo cómo metían cajas y más cajas dentro de SU casa. Los obreros no le dijeron nada, solo la saludaron y hablaron entre ellos como "una cotilla", además, había otro chico que parecía ser el que mandaba. Kimi no se lo pensó, se dirigió hacia él y tiró de su brazo obligándolo a mirarla.

¿¡Quién e...!? -pero ni siquiera pudo terminar la pregunta, se quedó totalmente sorprendida cuando sus miradas se cruzaron, tenía poder... Un poder enorme...

Se lo quedó mirando, y cuando por fin logró reaccionar, después de aquella extraña confusión, puso más distancia entre ellos y se lo quedó mirando con el ceño fruncido:

¿Quién eres? -le preguntó, apretando el cubo que llevaba entre sus manos, con su toalla y sus jabones dentro- Ésta no es tu casa.

¿Cuándo la habían vendido? ¿Y por qué a él? Parecía tener más o menos su edad, y además su poder... Había algo que le decía que guardara cautela con él. Sin embargo, también había algo que la atraía hacia él sin poderlo evitar.

Cogió los papeles que él le tendió, y fue un visto y no visto ya que en pocos segundos todos los trozos de papel, diminutos, volaban por los aires. Estaba enfadada, y con aquel gesto, el pequeño cubo y sus utensilios del baño habían caído desperdigándose por el suelo.

¡Ésta casa está encantada! -exclamó de repente, cambiando la frase de "¡Aquí vivo yo!" en el último momento. No podía decirlo abiertamente, no podía vivir allí y estaba viviendo allí de Okupa.

Su rostro estaba sonrojado, de rabia e impotencia, sabía que no podía hacer nada contra aquello, pero aquella casa le gustaba y le había costado mucho que la dejaran en paz.

Adrian se cruzó de brazos de nuevo. Miró la casa y a los trabajadores, los cuales se echaron unas risas por lo que dijo la chica, y continuaron con el traslado de muebles y cajas. Él sonreía levemente, como de costumbre.

-Guau, una casa encantada. Interesante-dijo Adrian, cerrando los ojos y soltando una pequeña risita. Luego se volvió, mirando de nuevo a la desconocida que tenia delante.

-No dudo que esté encantada, señorita-le decía a Miku-, pero que sepa que no vale de nada que haya roto los papeles. Eran simples fotocopias, y esta casa sigue siendo mía. ¿Lo único que le preocupa esque esta casa está encantada? No se preocupe, me gusta dormir con fantasmas pululando a mi alrededor.